La tensión en Sueños de Libertad alcanza un nuevo punto de no retorno. La sombra del crimen de Santiago todavía pesa sobre los personajes, y lo que parecía un secreto enterrado comienza a convertirse en una amenaza imposible de controlar. En medio de esta situación, Pelayo revela hasta dónde es capaz de llegar para proteger sus propios intereses, incluso si eso significa destruir por completo la vida de Fina.
Todo comienza cuando Pelayo, con la calma calculada que lo caracteriza, le hace ver a Fina que su permanencia en Toledo es un error fatal. Con palabras medidas, pero con la dureza de quien tiene la verdad en sus manos, le advierte: “Verás, creo que es muy peligroso que permanezcas aquí. Tarde o temprano encontrarán el cuerpo, y eso os señalaría a vosotras sin ninguna duda”. La mención directa al cadáver enterrado en la casa de los montes hiela la sangre de Fina, que inmediatamente reacciona con incredulidad.
“¿Qué me estás diciendo, Pelayo? ¿Qué me estás diciendo? Si ayer me dijiste otra cosa”, responde ella, sorprendida por el giro repentino en su discurso. Hasta entonces, él mismo había insistido en que era seguro ocultar el cuerpo allí. Pero ahora, su versión cambia por completo. “La Guardia Civil no va a parar hasta dar con él”, insiste, sembrando el terror en su interlocutora.
Pelayo, en su papel de supuesto protector, añade más dramatismo a la situación: “Intento protegerte, Fina. Como responsable del asesinato de Santiago podrían condenarte a muerte o hacerte pasar el resto de tus días en la cárcel. ¿De verdad quieres correr ese riesgo?”. La amenaza no solo es directa, sino cruel. La coloca frente a una encrucijada sin salida: o acepta marcharse, o se expone a ser entregada a la justicia.
Fina, rota, no puede evitar expresar su desesperación. “¿Qué hago? ¿Qué quieres que haga? ¿A dónde me voy? ¿Qué hago si lo tengo todo aquí? Tengo a Marta, tengo a mis amigas, tengo el trabajo, lo tengo todo…”. Su voz se quiebra porque la idea de abandonar a Marta es inconcebible para ella.
Pero Pelayo ya tiene todo calculado. Como quien ha planeado un movimiento durante meses, le revela que incluso el destino está decidido: Buenos Aires. Le asegura que allí no tendría problemas con el idioma, que él mismo tiene contactos que podrían ayudarla a empezar de cero y hasta a retomar su pasión por la fotografía. “Lo tengo todo pensado”, le confiesa con frialdad, demostrando que la maniobra no es improvisada, sino parte de un plan trazado con precisión.
Fina se da cuenta entonces de la magnitud de la trampa: su partida no es una opción, sino una imposición. “¿Quieres que yo me vaya sola? ¿Es eso?”, le reprocha. Marta tiene su vida en la colonia, su familia, su trabajo, su futuro. No puede abandonarlo todo de la noche a la mañana. Y ella, que siente que pertenece a ese lugar, tampoco se ve capaz de romper con todo lo que ha construido. La sola idea de separarse de Marta le resulta insoportable.
Pelayo, sin embargo, no cede. La acusa de egoísmo: “Estás siendo muy egoísta, Fina. En un momento como este no puedes pensar solo en ti. ¿Y qué pasa si te acusan de asesinato? ¿Qué pasará entonces con Marta, con su familia, con su futuro?”. Con estas palabras, le da la vuelta a la situación, haciéndola sentir culpable, como si su permanencia pusiera en peligro a la mujer que ama.
Fina no tarda en descubrir la verdad detrás del discurso: “Tú lo que quieres es quitarme de en medio. Eso es lo que está pasando. Estás aprovechando esta situación para apartarme de Marta”. Su voz se llena de indignación, pero también de impotencia. Porque aunque haya descubierto el juego de Pelayo, sabe que él tiene un arma demasiado poderosa contra ella: las pruebas del crimen.
El chantaje alcanza entonces su punto más oscuro. Pelayo deja de lado las insinuaciones y va directo a la amenaza. “He intentado por todos los medios que vieras lo que es mejor para ti, pero no me dejas otra salida”, dice, mientras revela que las huellas de Fina están vinculadas directamente al caso. “Tú ayer ya sabías perfectamente lo que estabas haciendo, ¿no? Te estoy ofreciendo una salida, Fina, pero también te digo que no me va a temblar el pulso para delatarte ante la Guardia Civil”.
La frialdad con la que pronuncia esas palabras destroza cualquier esperanza. Fina comprende que no tiene margen de maniobra. Pelayo controla toda la situación: la información, las pruebas y hasta el supuesto “plan de escape”. Si no acepta marcharse, la alternativa es enfrentarse a un juicio y a la posibilidad real de una condena de muerte.
Para los espectadores, la escena es un mazazo emocional. Fina, que hasta ahora había mostrado entereza y valentía frente a las adversidades, se ve acorralada como nunca antes. Marta, sin saber nada, corre el riesgo de perderla sin explicación, mientras Pelayo consolida su papel como el gran villano de la trama, un hombre capaz de manipular sentimientos, tergiversar la realidad y usar el miedo como su principal arma de control.
El dilema es brutal: aceptar el exilio en un país lejano, empezando de cero y sin Marta, o arriesgarse a ser detenida y condenada por un crimen que carga sobre sus hombros como una losa. Fina, atrapada entre el amor y la supervivencia, se convierte en el epicentro del conflicto.
Conclusión
El spoiler de esta semana en Sueños de Libertad nos deja ante una de las situaciones más desgarradoras de toda la serie. Pelayo, en su doble papel de verdugo y falso protector, somete a Fina a un chantaje despiadado: marcharse para siempre o ser entregada a la policía. Con Buenos Aires como destino forzado, la protagonista se enfrenta a la decisión más dura de su vida, mientras Marta ignora por completo el drama que se desarrolla a sus espaldas.
El espectador se pregunta: ¿cederá Fina al chantaje para proteger a Marta? ¿O encontrará la fuerza para rebelarse contra Pelayo? Una cosa es segura: nada volverá a ser igual después de esta amenaza.