El aire en el palacio se corta con un silencio que no presagia nada bueno. Las sombras del atardecer cubren los rincones de la estancia mientras Fina, aún con la inocencia en los ojos, cree que su vida empieza a estabilizarse tras los últimos acontecimientos que la habían puesto contra las cuerdas. Lo que no imagina es que, en ese mismo instante, alguien camina hacia ella cargado de odio, rencor y deseos de justicia personal: Santiago ha vuelto, y lo hace dispuesto a arrastrar a todos con él al infierno.
La escena se abre con un sonido apenas perceptible, como un eco metálico en medio del silencio. Fina, extrañada, pregunta en voz baja si hay alguien allí, sin recibir respuesta. Pero la música ominosa que envuelve la secuencia no deja espacio a dudas: alguien la observa. Y ese alguien, de pronto, rompe la penumbra. Santiago aparece, con una media sonrisa que hiela la sangre, y una mirada cargada de desprecio y deseo de venganza.
—No te alegres de verme —le advierte con un tono envenenado—, porque lo último que vas a hacer es sonreír.
Fina retrocede instintivamente, presa del miedo. La pregunta que sale de sus labios es inevitable: ¿cómo ha conseguido escapar de la cárcel? Santiago, con una calma perturbadora, le confiesa que aprovechó un permiso para asistir al entierro de su abuela. Una salida temporal que convirtió en fuga definitiva. No siente remordimiento alguno; al contrario, parece disfrutar relatando la jugada que lo ha devuelto a la libertad, aunque sea de forma clandestina.
—Me escapé por la puerta, así de sencillo —añade con ironía—. Y ahora estoy aquí, porque todo lo que ha pasado es por vuestra culpa.
Fina intenta razonar con él, suplicando que no siga por ese camino, que no se meta en más problemas. Pero Santiago ya no escucha. Sus pensamientos arden en un único sentido: vengar lo que considera una traición y un castigo injusto. Recuerda con rabia que su abuela, la mujer que lo crió tras la muerte de su madre, falleció sola y abandonada. Para él, esa soledad fue provocada por quienes lo encerraron, quienes le arrebataron la libertad y la posibilidad de estar con su familia en los últimos momentos.
—Ella murió sola, y todo por vuestra culpa —esputa con rencor—. Me metisteis en la cárcel, y desde allí he tenido mucho tiempo para pensar.
La voz de Fina tiembla. Trata de explicarle que nadie lo habría encerrado si no hubiera cometido los actos que lo condenaron. Pero Santiago no tolera esas palabras. El resentimiento contra Pelayo Olivares, al que acusa de haber destruido su vida, lo domina por completo. Y, de paso, lanza dardos envenenados contra Marta y Fina, llamándolas despectivamente “desviadas”, burlándose de su amor, y asegurando que todo se trató de una farsa para ocultar lo que, según él, era “vergüenza”.
Las palabras hieren, pero Fina sabe que lo verdaderamente peligroso es lo que planea hacer. Santiago lo deja claro: está dispuesto a volver a prisión, pero esta vez con motivos reales, con sangre en las manos.
—Los tres vais a pagar por lo que me hicisteis —advierte con una calma que resulta más aterradora que los gritos.
El corazón de Fina late con fuerza. Intenta mantener la serenidad, preguntándole qué piensa hacer, aunque el miedo la ahoga. La respuesta de Santiago es brutal: retomar lo que había dejado pendiente la última vez que se encontraron. Un acto de violencia que quedó truncado, pero que ahora pretende completar sin piedad.
El forcejeo comienza. Fina suplica, llorando, pidiendo que no lo haga, que Marta está a punto de llegar y que todo terminará mal. Pero Santiago se ríe, convencido de que eso solo añadirá un nuevo final trágico:
—Pues entonces iremos directamente al final… el mismo final que también la espera a ella cuando llegue.
Las palabras son una sentencia. Fina, aterrorizada, le ruega que se vaya, que huya, que ella no contará nada a nadie si la deja en paz. Promete silencio, implora clemencia. Pero Santiago ya no cree en segundas oportunidades. Su odio lo ha consumido y lo único que ansía es arrastrar a sus enemigos consigo hasta el infierno.
—Empieza a rezar —le dice con voz grave—, porque vas a necesitar a Dios más que nunca.
La tensión es insoportable. Fina, entre lágrimas, le pide que no lo haga, que aún está a tiempo de escapar y empezar de nuevo. Pero Santiago no escucha. Cada palabra suya es como un cuchillo cargado de resentimiento. La amenaza final retumba en la habitación:
—Muévete un milímetro… y te juro que será lo último que hagas.
El espectador queda sin aliento. La secuencia termina en un clímax de terror, con Fina enfrentada a la certeza de su fragilidad, y con Santiago convertido en una sombra vengativa que ha regresado para desatar la tragedia.
Este regreso no solo supone un giro inesperado en la trama, sino también la confirmación de que nadie está a salvo en Sueños de Libertad. El pasado vuelve siempre, y lo hace con la crudeza de las cuentas pendientes. El futuro de Fina, Marta y Pelayo queda suspendido en el aire, con la amenaza latente de Santiago dispuesto a todo, incluso a sacrificar lo poco que le queda de libertad, con tal de vengarse.